El ritmo ternario (adquirido), tres partes, supone una iniciación a la danza. Se utiliza con autistas de mayor nivel, una vez superado el proceso binario. Es muy interesante y enriquecedor para abordar situaciones de juego, ritmos, escenografía, teatro, etc.
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Improvisaciones rítmicas. 
Improvisaciones para medir la capacidad activa y creativa del individuo. En la mayoría de los casos (con autistas de niveles más bajos) ayudan a descargar agresividad y a la experimentación variante de los sonidos creados por uno mismo. (No hay que dejar al niño que aporree el tambor u otro instrumento sin ningún control, porque puede llegar al embrutecimiento, y eso no es terapia).
− Repeticiones rítmicas.
− Memorización rítmica.− Sonido. Es la otra parte constitutiva de la música. Utilizaremos sonido, no ruido. El sonido se puede aplicar terapéuticamente utilizando las distintas formas en que se presenta y en todas las variantes y componentes. Es importante que el terapeuta conozca y sepa definir conceptos como sonido, música, melodía, armonía, música instrumental, vocal, a capella, sonidos agudos, graves, medios, voz, voces blancas, sopranos, mesosopranos, tenor barítono, bajo, formas musicales (madrigal, motete, monodia, polifonía, gregoriano, sonata, suite, concierto, sinfonía, intermezzo, balada, nocturno, pasión, oratorio, jazz, pop, folklore, etc.) Todas estas variantes y formas del sonido tienen un valor terapéutico muy especial. Por ello es primordial conocer cuándo, de qué y por qué se constituyen.
Es experimentado que al niño con autismo le agrada la voz más que ninguna otra forma o presentación del sonido. Dentro de la voz, prefiere la tonalidad media grave. No admite la repetición continuada de voces blancas ni sopranos. Jamás el sonido electrónico sinusoidal. Se sabe que el autista se relaja con músicas barrocas (entre otras). De las cualidades del sonido, el timbre juega el papel terapéutico más importante.
Las sesiones, sea cual sea la actividad específica terapéutica que se esté llevando a cabo.
La concordancia de la música con el estado anímico del individuo que acude a la terapia, debe extenderse al timbre adecuado (cuerda, viento, percusión...), al instrumento adecuado, a la voz a coro adecuado o a la combinación instrumental- voz adecuada. La tarea de averiguar la identidad sonora de cada individuo es esencial en musicoterapia.

El timbre-voz es el instrumento más cercano y terapéutico de los que dispone el terapeuta musical. La utilización de la voz como elemento dinámico y relajado supone una forma de contacto directo y cálido con el niño. El musicoterapeuta debe ser un artista de la voz. Las alturas tonales, junto a las intensidades (otras cualidades del sonido), sitúan al niño en el límite de la frontera entre la ansiedad, el nerviosismo, la angustia... y la placidez, serenidad y recogimiento. El autista huye de los tonos agudos, se tapa los oídos, se aísla. Una tonalidad media (la preferida) correspondería a 30-40 vibraciones por segundo (la de un tenor, aproximadamente). Nunca se le debe gritar a un niño con autismo.
Durante la terapia musical debe reservarse un tiempo para el juego. Para las canciones específicas y personales con el nombre del niño y su entorno afectivo familiar. Para una improvisación ordenada y dirigida tanto por parte del terapeuta como de los individuos que acuden a la sesión. Para el relato de cuentos y su escenificación. Debe planificarse una experimentación tímbrica sonora (mediante órgano-piano), donde el niño conecte con el teclado a la vez que el terapeuta va cambiando registros y timbres instrumentales. En algunos casos, este contacto le sirve al individuo también como ejercicio psicomotriz de digitalización.
En las relajaciones (manipuladas, libres, individuales, grupales), el autista se acomoda corporalmente al sonido concordante. Al principio es necesario estar a su lado, hablarle, susurrarle, combinar estructuras motoras con movimientos y ritmos que están sonando. De esta forma conseguiremos que el niño asuma la posición de tumbado en la colchoneta simplemente con escuchar y esa será la hora de relajarnos.
−Música e intercomunicación emocional. Consiste en una concentración coordinada de sonidos, ritmos, chasquidos, respiraciones, percusiones... donde el niño con autismo y el terapeuta comparten sensaciones, sincronizan movimientos, contactos con la realidad somática del otro, intercambios de esquemas corporales. Uno sentado al frente del otro, sufren el bombardeo programado de otros terapeutas de apoyo, que, desde todos los espacios de la sala, juegan con percusiones, intensidades del sonido, alturas, silencios, etc.